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Lucrecia Martel comienza el proceso de realización de una película con un sonido; el resto se encadena, misteriosamente, a partir de ahí. Puede ser el sonido mundano de la música en la radio de un coche, fatalmente interrumpido por el golpe de un neumático al cruzar algo que no sea una carretera asfaltada. Puede ser la melodía del canto de los pájaros, arremolinada junto a un diálogo oblicuo...